Viaje hacia el cariño
Dino vivía en una polvorienta caja de cartón, expuesto en una balda junto a
otros muñecos también en cajitas deterioradas de una pequeña tienda de
juguetes.
Dino era un dinosaurio de color verde con una pequeña mancha en la frente de
color marrón, quizás por esa manchita nunca había sido elegido por ningún niño
que entraba en la tienda. Otros como él, pero sin la mancha, hacía mucho tiempo
que ya se habían ido.
Pero él permanecía allí con la esperanza de salir también. Se imaginaba su
vida fuera de la caja y de la tienda, muchas veces veía por un pequeño hueco
del escaparate pasar a muchos niños abrazando a sus muñecos y él quería sentir
esa sensación de ternura y amor, que aunque no lo sabía, creía sería estupenda.
Viajaba con la imaginación hasta los hogares de los niños, a veces eran
niñas, otras niños e incluso bebés recién nacidos.
Cuando se desea algo con mucha fuerza siempre se acaba cumpliendo y así, un
día pudo hacer ese viaje deseado hacía lo que solían llamar allí en la juguetería
“Viaje hacia el cariño”.
Claudia era una niña de algo más de dos años y medio muy revoltosa. Un día
sus padres le lanzaron un reto, si se portaba muy, muy bien durante toda una
semana la llevarían a una tienda de juguetes y podría elegir el que quisiera.
Claudia que, aunque pequeña, lista era un rato, lo meditó y durante los siete
días se comportó muy bien, a veces había que recordarle el trato, pero pocas
veces.
Claudia recogía sus juguetes cuando se lo pedían, se iba a dormir sin
protestar, se dejaba lavar la carita y las manos e incluso dejó de lado las
natillas de chocolate por alguna fruta. Tan bueno fue su comportamiento que los
padres cumplieron.
Una tarde de sábado la llevaron hasta una pequeña tienda de juguetes, la
pusieron delante del mostrador y le dijeron:
- Puedes elegir el juguete que más te guste.
Había bicicletas, preciosas muñecas vestidas de princesitas, casitas de
juguetes… Ella echó un vistazo a la tienda y enseguida vio a Dino y señalándolo
dijo:
- Ese, papá, quiero ese.
- ¿Estás segura? – le dijo su madre- mira que hay muchas cosas y muy
bonitas.
- A mí me gusta ese verde.
Dino casi no se lo podía creer, un niño lo había elegido de entre un montón
de juguetes de última moda con los que veía imposible competir. Casi se le
escapa una sonrisa. El dueño de la tienda cogió la cajita de Dino, le quitó un
poco el polvo y tras hacer un pequeño descuento por lo que dijo él era una
pequeña tara del muñeco; lo envolvió en un precioso papel de regalo.
El camino hacia la casa de Claudia lo hizo totalmente a oscuras, no veía
nada, se le hizo eterno. Pero de repente se le presentó, tras ser retirado el
papel, todo un mundo nuevo y desconocido para él.
Le sacaron de la caja, lo cogieron y besaron sin parar, casi lo ahogan de
tanto achuchón, lo zarandearon por los aires… pero Dino estaba encantado, le
gustaban todas las sensaciones: dormir con Claudia, estar por la alfombra
tirado con otros muñecos, las excursiones que hacía algún día a la guardería…
Su viaje hacia el cariño era mucho mejor de lo que había imaginado y estaba
seguro que esas sensaciones permanecerían para siempre.
Lo bueno se hace esperar, y él había emprendido el mejor de los viajes
hacia el mejor de los sitios.
Nuria Iglesias Rodríguez